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LAS CHICAS TAMBIÉN JUGAMOS AL FÚTBOL

Autora: Sol Seguessa - 11 años

Aquí estoy yo, Emilia, y vengo a contarte sobre mi historia y cómo me hice superheroína.

Yo estaba normal volviendo del liceo y de repente siento que alguien o algo me estaba siguiendo, pero cada vez que me daba vuelta no veía nada, entonces seguí mi camino por Cufré. Al otro día yendo al liceo, vuelvo a sentir la misma sensación pero en cambio, cuando me daba vuelta, llegaba a ver una sombra negra. En ese momento me empecé a asustar, entonces me metí en un supermercado, le conté a la chica que trabajaba ahí lo que pasó, y me entendió.

Después de 5 minutos me fui al liceo. Cuando llegué quise jugar al fútbol pero los chicos no me dejaron jugar, fui a decirles a las profesoras y me ignoraron, se notaba que no les importaba, eso me enojó mucho, entonces fui a una parte alejada en el patio y me dije en mi cabeza “por que la gente es así y no pueden dejarme jugar, simplemente quiero jugar”.

Después de eso volví a la clase y después me fui a mi casa. Llegué y como era tarde me acosté. Al día siguiente me desperté y me sentía rara, pero no le di importancia. Cuando fui al baño para arreglarme, como todas las mañanas, me vi en el espejo y de la nada mi reflejo toma vida propia y me empieza a hablar.

Dijo; “Hola Sol, yo sé que esto te puede llegar a parecer raro, pero te quería decir, que vi las injusticias que pasas y por eso decidí darte el poder de detenerlas. Ya sé que todo esto es raro, pero espero que puedas cumplir con tus tareas, adiós”. Después de eso quedé muy sorprendida, no lo podía creer, entonces luego de pensar y pensar, decidí arreglarme y seguir con mi día, pero cuando me fui a cambiar, vi un traje en mi ropero que no lo podía reconocer, entonces lo saqué y cuando me lo puse, me dije: “Este debe ser el traje de mi superpoder, después del liceo, voy a tratar de cumplir mi tarea”.

Luego me saqué el traje y me vestí, salí y fuí para el liceo como si nada. Cuando llegué, vi a los chicos que no me dejaron jugar al fútbol, entonces decidí ponerme el traje e ir a decirles: “Hola, me han contado algunas personas que ustedes seis no han dejado jugar a las chicas al fútbol”. Ellos respondieron nerviosos: “Nosotros no hacemos eso, dejamos jugar a todos y todas”. Al escuchar eso, me enojé, pero traté de responderles tranquilamente; “Escuchen ustedes seis, no entiendo porqué me mienten, si les dije que alguien me ha contado eso, y segundo, espero se den cuenta de lo que hacen, porque si a ustedes no los dejaran jugar a lo que quieren, se enojarían, así que no hagan lo que a ustedes no les gustaría que les hagan, espero puedan cambiar”.

Los seis me respondieron que sí, pero uno me dijo: “Si, si señorita, lo que está diciendo tiene mucha razón y nos hizo dar cuenta de que está mal lo que hacemos y prometemos cambiar”. Me llamó mucho la atención, porque él era uno de los que más insistía en que yo no podía jugar y me molestaba, entonces decidí responderle: “Espero que cambien y puedan pensar lo que hicieron, bueno, hasta luego” y me fui.

Después de hacer eso, me cambié y volví al patio para preguntar si podía jugar y yo dije en mi mente: “Ahora que hice eso, espero me dejen jugar”. Me sorprendí, porque me respondieron: “Obvio que no, no entendés que no vas a jugar con nosotros nunca, aparte que de seguro ni sabes patear la pelota”. Me enojé tanto que le dije a la maestra si me podía ir porque supuestamente me dolía la cabeza y cuando llegué a mi casa me puse a pensar qué podía hacer con el tema de los chicos, pero como no se me venía nada a la cabeza, decidí rehacer el traje – aunque no me gustara -.

Lo empecé a hacer, decidí que iba a ser todo negro con una vincha y en el pecho una E. Cuando lo terminé, me senté en mi escritorio y me puse a pensar un plan, justo en ese momento se me ocurrió algo. Me fui a dormir y al otro día ya iba a hacer el plan. Llegué al liceo y cuando entré, estaban ahí, me puse mi traje y aparecí. Les dije: “Vi que las cosas no cambiaron y quiero decirles algo, capaz no sea tan fácil cambiar, pero inténtenlo por lo menos, yo sé que en el fondo son unas buenas personas y siempre recuerden “cómo tratar a las demás personas y cómo se pueden sentir”.

Yo vi que me iban a responder pero me fui sin escuchar ninguna respuesta. Me cambié y me fui a la clase. A la hora del patio estaba sentada y de repente los seis chicos vinieron y me pidieron perdón.

Los perdoné, porque sabía que podían cambiar, y aceptar sus errores. Ellos me preguntaron si quería jugar y yo les dije que sí, cuando empezamos a jugar, me divertí mucho y desde ese entonces, juego todos los días con ellos al fútbol. Pasamos muy bien, ahora mismo sigo yendo al liceo y sigo cumpliendo con mi tarea; arreglar las injusticias que encuentro por la calle.